lunes, 16 de noviembre de 2015

"Asi Protegia"

Eco Republicano

A 40 años de la muerte del dictador. Así ‘protegía’ el franquismo a los trabajadores

Represión Franquista
Internet tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes: uno, el servir para difundir basura. Un ejemplo lo tenemos en un correo que se presenta con una frase sugestiva: “De lo mejor que me han enviado últimamente”. Una vez abierto, lo que contiene es propaganda franquista. Tras citar una extensa lista de leyes como supuesta prueba, la tendenciosa conclusión es que el estado del bienestar y los derechos de los trabajadores… ¡fueron implantados por Franco! y que con él, esto (paro, despidos, recorte de derechos, etc.) no pasaba. Es un hecho histórico que la dictadura aprobó leyes para regular las relaciones laborales. Pero cosa bien distinta fue su contenido, que los nostálgicos del franquismo ocultan muy conscientemente por la cuenta que les tiene.





Y los avances que fue recogiendo la legislación franquista a lo largo de cuarenta años fueron siempre una consecuencia de la protesta obrera. Este mes se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco. Conviene recordar cuál fue la realidad de su dictadura para la clase obrera.

El punto de arranque de ese correo es el Fuero del Trabajo, aprobado en marzo de 1938. Analizando su contenido se ve que su “protección” a los trabajadores era muy peculiar.


El Fuero del Trabajo

Su artículo III.4 establecía que el contenido primordial de las relaciones laborales, en lo tocante al trabajador, era la “fidelidad y sumisión” al empresario. También contemplaba el derecho de sindicación, pero se trataba de una organización que de sindicato tenía el nombre. Para empezar, agrupaba a empresarios y trabajadores: “un organismo unitario de todos los elementos que consagran su actividad al cumplimiento del proceso económico” (XIII.3). Si con esto no quedaba suficientemente clara la auténtica naturaleza del Sindicato Vertical franquista, el siguiente artículo del Fuero del Trabajo elimina dudas: los puestos dirigentes “recaerán necesariamente en militantes de Falange Española” (XIII.4). Y el XIII.5 establecía directamente que el Sindicato Vertical era un “instrumento al servicio del Estado”, o sea, al servicio de la dictadura. Como se ve, no tenía nada de sindicato obrero, sino que estaba al servicio de los empresarios y su régimen. Si alguien osaba protestar, el Fuero dejaba claras las consecuencias: “Los actos individuales o colectivos que de algún modo turben la normalidad de la producción o atenten contra ella serán delitos de lesa patria” (XI.2). Esta legislación se aplicó en la llamada huelga del aceite de 1946 en los astilleros ferrolanos, una protesta contra la reducción de la cantidad de aceite en la cartilla de racionamiento, que se saldó con 300 despidos y un consejo de guerra que dictó 14 condenas a muerte.


La Ley de Contrato de Trabajo

Otro ejemplo de la “protección” franquista a los trabajadores fue la Ley de Contrato de Trabajo (1944), una columna vertebral de su legislación laboral. Las mujeres eran las más “protegidas”, tanto, que el artículo 11.d establecía como requisito para que una mujer casada firmase un contrato la autorización de su marido, que evidentemente era quien mejor sabía qué le convenía a su señora, ¡que para algo era suya! También recogía (art. 16.9) que los contratos podían ser indefinidos, temporales o para obra o servicio determinado. Es cierto que la gran mayoría eran indefinidos, pero a la vez esa ley recogía el despido libre, porque no otra cosa significa que la indisciplina, la deslealtad o la falta de respeto al empresario fuesen causas justificadas de despido (art. 77), además de la acusación al trabajador de ser un rojo. 

Por supuesto, una dictadura que “protegía” tanto al trabajador estableció unas buenas vacaciones: siete días laborables al año (art. 35). Otros derechos sociales eran igual de “generosos”: las dos únicas licencias retribuidas eran un día por “muerte de padre o abuelo, hijo o nieto, cónyuge o hermano; enfermedad grave de padres, hijos o cónyuge; alumbramiento de esposa” y el tiempo indispensable por “cumplimiento de un deber inexcusable de carácter público”, aunque en este caso se añadía que si ese deber conllevaba algún dinero para el trabajador, ese importe se descontaría del salario (art. 67). Y qué decir de la “protección” franquista al trabajador enfermo: derecho a cobrar el 50% del salario durante un máximo de... ¡cuatro días al año! (art. 68) Respecto a la jornada laboral, no se limitaba. Sí fijaba el descanso semanal de un día, el domingo, para que se fuese a misa. Hay que tener la cara muy dura para llamarle a todo esto “estado del bienestar”.


Luchas obreras

Las condiciones de vida tras el fin de la guerra civil eran terribles; no por casualidad se les llama los años del hambre. La tuberculosis, una enfermedad asociada a la pobreza, era una auténtica plaga. La falta de alimentos fomentaba el estraperlo y la especulación, lo cual provocó un enorme aumento de precios, mientras los salarios permanecían congelados. Toda esta situación condujo, en la segunda mitad de los años cuarenta, a las primeras protestas obreras tras la guerra civil, salvajemente reprimidas por la dictadura. 

El movimiento obrero resurge de nuevo en 1956, con una ola de huelgas en demanda de mejoras salariales, que condujo a que el gobierno decretase una subida del 50% de los salarios y pavimentó el camino al primer sistema de Seguro Obligatorio de Desempleo (1961). También condujo a la aprobación de una ley de Convenios Colectivos (1958), aunque con válvulas de seguridad para el régimen: la representación obrera correspondía al Sindicato Vertical y el gobierno decidiría en última instancia el contenido de los convenios. 

Otro hito muy relevante fue la huelga del silencio de la minería asturiana en 1962, también conocida como la huelgona, que duró cerca de tres meses, se extendió a la minería de León y generó numerosos paros de solidaridad en el resto del Estado. Como fue su norma habitual, la dictadura siguió una doble política: por un lado, aplicó una durísima represión (despidos, torturas, deportaciones). Pero, por otro, la magnitud del movimiento la asustó enormemente, como demuestran datos y hechos: se calcula que en total participaron en mayor o menor medida cerca de 300.000 trabajadores de 28 provincias, la dictadura estableció exenciones aduaneras a las importaciones de carbón extranjero para mitigar sus efectos, el secretario general del Movimiento Nacional negoció en persona con los huelguistas, a quienes se les hicieron concesiones (aumento salarial, anulación de las sanciones, actualización de las pensiones...). Otra consecuencia fue la implantación al año siguiente del Salario Mínimo Interprofesional.

Esta huelga desbordó completamente al Sindicato Vertical, confirmando así la validez de la táctica sindical de las comisiones obreras que impulsaba el PCE. La Brigada Regional de Información lo entendió muy bien cuando escribió en un informe que los mineros habían adquirido conciencia “del poder y la fuerza de una acción unida”, de lo que se derivaban “consecuencias insospechadas”. La dictadura también acabaría entendiéndolo, y por eso en 1967 prohibió la creación de esas comisiones obreras formadas por representantes genuinos de los trabajadores. 

A pesar de todas las dificultades, los años 60 marcan el despegue de un movimiento obrero que, con sus altibajos, ya fue imparable.

A golpe de huelga, y a un coste personal enorme para los trabajadores más comprometidos, se le fueron arrancando conquistas a la dictadura, hasta hacerla desaparecer. Porque aunque es verdad que Franco murió en la cama, la dictadura murió en la calle gracias a que la lucha masiva de los trabajadores y los jóvenes durante los dos primeros años de la Transición impidió que los herederos de Franco mantuviesen el régimen.

Frente a las mentiras franquistas, los trabajadores debemos tener muy presentes cuáles eran las auténticas condiciones sociolaborales y de vida bajo la dictadura, que provocaron también una oleada migratoria de millones de trabajadores y campesinos, a quienes la miseria de aquellos negros tiempos forzó a emigrar a Europa o a núcleos industriales como Barcelona, Bilbao o Madrid, malviviendo muchos de ellos en barrios de chabolas como el famoso Pozo del Tío Raimundo vallecano. Que los nostálgicos del franquismo no nos vengan con mentiras y enredos: con su amado Franco no solamente ya pasaba esto, sino también cosas muchísimo peores.
Xaquín García Sinde · Ganemos CCOO (Ferrol)
                                  Angel Varela Garcia.

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