Fraude en Capitanía (El hombre de la Leica)
Capitanía es el nombre por el que se conocía en Pamplona al antiguo palacio de los virreyes de Navarra, donde el general Mola, entre marzo y julio de 1936, pergeñó el alzamiento militar que dio lugar a la guerra civil.
Ese podría haber sido el escenario de El hombre de la leica, de la que es autor Fermín Goñi, un popular comunicador pamplonés, pero la Capitanía de este libro no se parece gran cosa a la que allí hubo y ello porque su autor no se ha molestado en investigar ni el edificio ni a sus habitantes ni a sus vecinos de la época, entre otras muchas cosas, marcando con ello la tónica general de la obra.
Es falso que este libro sea fruto de una prolongada investigación, <<hasta la última coma>>, como lo es el reclamo publicitario de que este es el primer libro donde se publican los instrucciones reservadas de Mola, porque están publicadas en el de Arrarás ( págs. 447, 449, 453, 454-455, 456…).***
A setenta años vista del alzamiento militar de Mola se podría, cuando menos, desear que un trabajo de investigación tuviera como norte una visión crítica del momento y, sobre todo, del muy complejo o cuando menos oscuro personaje que fue el general alzado, y de su más inmediato entorno, y hasta de sus opositores políticos –socialistas, anarcosindicalistas, nacionalistas vascos…-, pero no, esta es una hagiografía más, pero cuajada de errores históricos, más graves unos que otros.
Como novela de recreación histórica el libro se viene abajo porque carece radicalmente de <<personajes>> y no hay recreación histórica que valga de los escenarios precisos de la época, del ambiente, de la ciudad, de su clima ciudadano, y de la España del momento.
Este hombre de la Leica nada añade a lo que ya se sabe del general Mola y de su momento histórico, ni tampoco aclara el papel y la personalidad de muchos otros personajes, que tuvieron su protagonismo aquellos días: Garcilaso, director del Diario de Navarra, el arquitecto Víctor Eusa, José Moreno (jefe territorial de Falange), Javier Agudo, Rafael Tejero, Luis Elío, SitoMonzón Repáraz (futuro secretario del PCE), el doctor Constantino Salinas… por no hablar de los militares directamente implicados. Por ejemplo, y solo es uno entre muchos: de los oficiales de Caballería presos en la ciudadela de Pamplona, ni palabra.
Como investigación histórica es aún peor, porque El hombre de la leica es una obra intercontextualizada a conciencia (hasta en el tono cuartelero). Basta comparar pasaje a pasaje, episodio a episodio, y hasta diálogo a diálogo, el libro de Goñi con los olvidados (y saqueados) de Félix Maíz (tanto el de 1952 como el de 1977), Iribarren (1937 y 1938), Arrarás (Historia de la Cruzada Española, Vol. III, T. XIII), Jaime del Burgo, Antonio Lizarza, Gil Robles, y hasta Jorge Vigón. El único que sale vivo de esta historia de fusilamientos es el coronel de Caballería Carlos Blanco Escolá, por una razón muy simple: su excelente trabajo abría perspectivas que no convenían al propósito del autor.
Pero lo más curioso son los cientos de desbarres léxicos que restallan con inusitada violencia, una página detrás de otra, acompañados de anacronismos grotescos: los soldados de Mola montan guardia en calles inexistentes (el autor ignora que allí precisamente estaba la Casa del Pueblo y el primer cuartel de los falanges, lo que es mucho ignorar), se celebran festividades litúrgicas ídem, se dibujan paisajes tal y como son ahora, no como eran en 1936 (por ejemplo, el entorno de la capilla de Eunate, p. 188); se reproducen erratas periodísticas jocosas (del Diario de Navarra del 20 de julio de 1936: primera columna de la izquierda, donde pone <<bandas de cornetas>>) o errores de detalle, como el de la graduación del oficial que figura en la página 25 del libro de Jaime del Burgo (1970); no se sabe localizar lugares importantes (como la emisora desde la que Mola soltó la muy breve alocución del 19 de julio que nunca puso por escrito con gran esfuerzo nocturno); el general cuando quiere orinar, defeca por la brava; se le entierra delante del <<féretro>> de un fallecido un año antes; se mata al general Miguel Núñez de Prado donde y cuando no muere; se ponen capuchinos en lugar de escolapios; si Mola va andando, se le hace ir en coche; todo el episodio de la detención de Pío Baroja (introducida en el libro sin venir a cuento) es erróneo; la descripción de los combates de julio-agosto-septiembre previos a lo toma de Irún son sonrojantes, la relación de Mola con los alemanes de la Legión Condor, es insuficiente… y así, las 476 páginas del libro. Y todo por una razón: porque da igual, exactamente igual.
En resumen, un libro que nada aporta a la figura histórica de Mola ni al personaje, pero colabora, y mucho, a la ceremonia quiosquera de la confusión histórica, porque no importa que sea un fraude literario, sino el reclamo, las ventas. Todo un ejemplo de por donde van los tiros de la recuperación literaria de nuestra historia inmediata. Incomprensible y lamentable.
*** Y por supuesto en Augurios, estallido y episodios de la Guerra Civil (Cincuenta días con el Ejército del Norte), de Joaquín Pérez Madrigal (El Jabalí), Ávila, Imprenta Católica de Sigiriano Díaz. 1936, que en este sí, en este se publicaron por primera vez.
Artículo publicado en ABCD las Artes y las Letras, de Madrid, 10 de diciembre 2005.
ADDENDA DE 2015: Este artículo junto a otros dos, publicados en Diario de Noticias, de Navarra, con fecha 6 y 13 de noviembre de 2005, me costó no volver a publicar en la editorial Espasa Calpe (Grupo Planeta) que, en venganza, no presentó unos meses después mi biografía de Pío Baroja (Pío Baroja a escena), dejando morir el libro sin campaña de promoción alguna.
La editorial Espasa Calpe sabía que el libro que iba a publicar era un bodrio y un prodigio de desvergüenza literaria. No le importó porque quería dar el pelotazo, aprovechando el 70 aniversario del comienzo del golpe del general Mola. Hay más y más miserable. Un distribuidor de Espasa en Navarra, le comentó al gran editor vasco Jorge Giménez Bech: “Que se joda, que se ha quedado sin editor”, me acuerdo como si fuera ahora, porque es ahora.
Quienes en el momento de la salida del libro de Goñi no se atrevieron a presentar en público ese bodrio –aunque la mona se vista de seda…–, lo hacen ahora porque su amigo, el periodista Fernando Pérez Ollo, de temible y acerada pluma, ya ha fallecido y no pueden incomodarse con él ni recibir sus collejas. En vida no se hubiesen atrevido. Todo un prodigio de ideología cenagosa y espíritu venal, la misma que adorna a su editor, a la agencia de publicidad que ha intervenido de manera poco o nada decorosa en burla de la Memoria Histórica, y a quienes desde la camorra aldeana jalean la publicación haciendo caso omiso a su contenido, pasando encima por progres izquierdistas que están por el cambio y otras zarandajas. Angel Varela Garcia.
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