Cuando las monjas se sueltan la coleta: hermanas moteras, fumadoras y amantes de las armas
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Algunas hacen unos dulces para chuparse los dedos, pero poco más… La vida de una sierva de Dios no está precisamente llena de aventuras y días llenos de acción y adrenalina. Si tu trabajo base es rezar, no esperes una rutina movidita.
Sin embargo, más allá de los supuestos votos de pobreza, obediencia y castidad, algunas monjitas también saben disfrutar un poco de la vida. O, al menos, siempre lo han intentado sin llegar a incumplir excesivamente su contrato con Dios. ¿O acaso el jefe supremo ha dicho alguna vez algo respecto al tabaco?
Total, ¿a Él qué más le da? Nadie le pide explicaciones sobre los guateques que probablemente monte allá arriba, así que alguna que otra de sus múltiples esposas tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que le dé la gana con sus pulmones.
Aunque, eso sí, lo de coger una escopeta –ya sea para utilizarla o solo para posar con ella- tal vez no encaje del todo con el perfil de la profesión de monja. Quizá estas siervas de Dios se plantearon ajustar cuentas con la paloma del espíritu santo tirando de pólvora y no se lo pensaron dos veces:
No obstante, esta faceta violenta captada en estas fotos ‘vintage’ casa poco con el estereotipo de monjita simpática (aunque todos aquellos que pasaran su infancia en un colegio religioso lo entenderán todo de pronto). Parece que es más acorde a su imagen que se desmelenen dando saltitos y jugando inocentemente (o no) para sacar a la niña que llevan dentro a pesar de ser unas septuagenarias con toca.
Las apariencias no deben engañarnos. Las monjas pueden olvidar su estricta profesión por unos instantes, pero son lo que son. A pesar de que usen su hábito día sí, día también, a ellas también les interesar estar al tanto de lo que se cuece en el mundo de la moda. ¿Por qué no? Por supuesto, siempre con el decoro apropiado. Un poco de tela de menos puede suponer todo un escándalo para las hermanas:
Lo que sí sorprende es descubrir que la velocidad parece ser una de sus aficiones predilectas. Por estos lares ya nos lo dejó claro Sor Citroën, pero ahora esta selecta colección fotográfica lo confirma: donde se ponga un buen coche o una potente moto, que se quite cualquier crucifijo.
El vehículo poco les importa. Deslizándose por la nieve o sobre las cuatro ruedas de un monopatín, las monjitas saben aparcar sus rezos un momento para unir la velocidad con sus ganas de jugar. Aquí sí que no hay pecado posible.
Esperamos que las protagonistas de estas instantáneas no hayan sufrido posteriormente la ira de Dios por haberse saltado ligeramente el guion que deben representar sus esposas. Entre rezo y rezo siempre hay tiempo para jugar con una escopeta o salir a patinar. Lo normal, vamos. Incluso entre las monjas.
——————– Angel Varela Garcia.
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