miércoles, 12 de agosto de 2015

Zai,despoblado de Eateribar.(navarra)

ZAI, DESPOBLADO DE ESTERIBAR ( Navarra )

ZAI

ZAI, DESPOBLADO DE ESTERIBAR




         Las hiedras se han hecho las dueñas de la iglesia de Zai, en Esteribar. La maleza, las ruinas, el silencio… han tomado ahora el relevo a siglos de presencia humana en este enclave que hoy visitamos. 

         Pasear por Navarra, por cada uno de sus rincones, es algo que debiéramos de ejercitar con mucha más frecuencia. Con toda seguridad que nos sorprenderíamos ante las maravillas que salpican nuestra geografía. Hoy, desde estas líneas, nos vamos a trasladar a un valle especialmente rico en este tipo de rincones mágicos; se trata del valle de Esteribar. Y dentro de este valle vamos a visitar uno de sus núcleos de población más recónditos, seguramente el más recóndito de todos, a donde la modernidad de la carretera nunca llegó. La localidad que hoy visitamos se llama Zay, o Zai (a gusto del lector). “Zai-ko nagusia” reza el letrero que la anuncia.
         Para acceder hasta allí desde Pamplona debemos de tomar la N-135, que es la carretera que va a Francia por Valcarlos. Después de pasar Larrasoaña en el lado derecho de la carretera nace una pequeña carretera local que es la que nos conduce a localidades como Setoain y Errea. Una vez pasado Setoain, y un poco antes de llegar a Errea, en el lado derecho observaremos la presencia de dos pivotes o columnas de cemento, unidas entre si por una rústica valla que corta el paso al camino que allí empieza. En uno de esos pivotes leemos: “Zai-ko nagusia”. A partir de ese momento nos adentraremos por un cuidado camino, entre pinos y quejigos, que nos conduce a este antiguo núcleo de población.


Arquitectura rural


         Lo que ahora encontramos es un pueblo en ruinas, totalmente deshabitado, con una iglesia con sus accesos tapiados y rodeada de maleza, y con unos edificios en ruina total, por los que no es aconsejable ni asomar la cabeza si es que se quiere salvaguardar la integridad física. Queda hecha la advertencia.
         Pero detrás de todas esas ruinas, como siempre sucede, lo que hay es una historia. Allí ha vivido gente durante siglos, y la huella de tantos años de presencia humana está allí, a la vista. La huella son esos edificios, algunos de ellos con cientos de años de antigüedad. Se trata de una iglesia, cuyo titular era San Esteban; se trata de dos soberbios edificios; y se trata de otros pequeños edificios destinados a servicios, como corrales, almacenes, etc.

         Dentro de lo que es la arquitectura rural tengo que reconocer que pocos edificios hay en Navarra con la calidad arquitectónica que exhibe uno de los edificios que todavía quedan en pie en Zai. Su estado de ruina ha dejado al descubierto toda su estructura, y la verdad es que es espectacular. Entra de lleno en la perfección.
         Se trata de un edificio de planta cuadrada, con recios muros. Únicamente se puede aspirar a ver la cuadra desde cualquiera de sus dos accesos, pero para muestra bien vale un botón. La estructura de la casa, cimentada sobre roca, se apoya toda sobre cuatro columnas gruesas. Estas sostienen un curioso entramado de enormes vigas y de enormes zapatas sobre las que se apoyan todos los tabiques del edificio. Tras analizar minuciosamente como está ideada toda esa estructura (ensamblaje de vigas, sistema de zapatas, levantamiento de tabiques, etc.) uno no puede menos que reírse de esa gente, sabios modernos, que creen haber inventado el cubismo, que creen haber inventado lo que ya hace siglos el arte popular dominaba a la perfección, y además sin la maquinaria que hoy se emplea. Pero bueno, esto no deja de ser una reflexión en voz alta, y un pequeño desahogo.

        Sin salirme de este edificio, descubro en él, también, ese curioso sistema de alimentar al ganado desde el pajar. No hay que olvidar que la paja se guardaba arriba, bajo la cubierta, y el ganado estaba en la planta baja. Eso se soluciona abriendo un cajón de madera, de arriba abajo –que en este caso atraviesa dos pisos enteros-, como si fuese el hueco de un ascensor, y así, desde el pajar se alimentaba al ganado sin necesidad de recorrer toda la casa con un costal al hombro. Este sistema, más extendido en la Navarra noroccidental, empieza a escasear en el extenso mapa de la arquitectura rural.
         El otro edificio que hay en Zai conserva intacta su portalada de entrada. Si nadie se la ha llevado, como ha pasado con el resto de portaladas de esta localidad, es porque sobre ella se apoya toda la estructura de una estupenda balconada de madera. No se alcanza a ver la clave del arco de entrada, pero las espirales que asoman sobre el suelo del balcón pertenecientes a las piedras que flanquean la clave, nos hace pensar que esta puede tener algún tipo de dibujo o de escudo; pero está por ver. En el interior de la casa, en la misma entrada, existe un pozo, todavía con agua. Quedan en pie las cuadras, y también lo que pudo ser la bodega. En la parte trasera de esta casa, en su exterior, se aprecia la huella del horno de pan que allí hubo; horno que en su día se hundió y que ahora deja a la vista el hueco de la boca del horno.
         Horno, bodega, cuadras, pajar, huertas, árboles frutales…, no necesitaban más. Estaban preparados para la supervivencia.


Historia


         Por lo demás, sobre ese suelo empedrado de Zai, y entre los muros de esa casa y de esa iglesia, se ha forjado a lo largo de los siglos la pequeña historia de este lugar, que en ningún caso es una historia espectacular, pero que no por ello deja de tener menos valor.
         La Gran Enciclopedia Navarra nos informa de que por lo menos desde comienzos del siglo XIII Zai fue un lugar de señorío, perteneciente a la Colegiata de Roncesvalles. El papa Gregorio IX confirmaba en el año 1228 que la iglesia de esta pequeña localidad de Esteribar pertenecía a Santa María de Roncesvalles. “Las pechas que los once pobladores debían en 1290 a dicha colegiata sumaban 8 sueldos, 5 dineros; más 6 cahíces, 1 robo, 1 cuartal de trigo; y 6 cahíces y medio y 1 cuartal de avena”, dice la Gran EnciclopediaNavarra.
         El lugar era gobernado antiguamente, hasta las reformas de 1835-1845, por el diputado del valle y por un regidor del lugar, elegido por los propios vecinos.
         Por el diccionario de Madoz sabemos que en aquella época de mediados del siglo XIX los campos de Zai producían trigo, avena, y otros granos, que sin duda servían para darle vida al horno de pan. Se habla en ese mismo diccionario de la cría de ganado lanar y caballar, y también de la existencia de una fuente de aguas saludables.
         Por lo demás Zai ha tenido siempre una población y un número de casas más o menos estable, de la que tenemos datos de determinadas fechas como 1290 (11 vecinos), 1366 (3 casas), 1427 (1 casa), 1553 (3 casas), 1646 (2 casas), 1786 (23 vecinos), 1845 (2 casas y 22 vecinos), 1858 (21 vecinos), 1887 (33 vecinos), 1920 (27 vecinos), 1930 (30 vecinos), 1940 (19 vecinos), 1950 (18 vecinos), 1960 (6 vecinos), y 1970 (ningún vecino). Ya sé que son sólo cifras, incluso cifras aburridas para el lector, pero es historia, y no quiero dejar pasar la oportunidad de dejar plasmada esta historia demográfica en las hemerotecas; que es, además, fiel reflejo de lo que han vivido otras muchas localidades navarras, inclusive las de este valle de Esteribar.



        Zai es hoy simplemente una finca para usos agroganaderos. Como núcleo de población ha quedado extinguido desde hace unas décadas. Poco a poco la maleza se va adueñando de la localidad, y los edificios van cediendo a la factura que les pasa el paso de los años, sin nadie que se ocupe de su cuidado. Ya nadie acude a su iglesia, ya nadie celebra con solemnidad aquellas fiestas del primer domingo de octubre dedicadas a la Virgen del Rosario, ya nadie pone vida y sonido en su calle como hacían antes aquellas sagas familiares de los Mezquíriz, de los Azparren… Es cuestión de tiempo, si es que nadie se lanza a recuperar este enclave, para que de Zai tan sólo queden un montón de piedras, sin nadie que le llore, sin memoria. Ojalá no sea así.


 Diario de Noticias, 7 de agosto de 2006
Autor: Fernando Hualde

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