De acuerdo, volveré a escribir la reflexión.
Durante mi estancia en Budapest, en 2012, fui testigo de una escena que me cuestioné capturar o no. Era de madrugada, invierno, el crudo invierno húngaro. Esperando en la parada de metro de Blaha Lujzsa había un vagabundo, ensangrentado, la cara destrozada. Unos jóvenes se reían. Era un espectáculo.
En ese momento encendí la cámara, tratando de no hacer ruido. Enfoqué, enfoqué pero me detuve. No estaba sola, mi compañero de piso estaba conmigo. Esa fotografía no únicamente me exponía al peligro a mí sino a una persona que era ajena a esa pretensión de narrar la cara menos amable de la ciudad, muchos éramos estudiantes, unos pocos habíamos aprendido la lengua y queríamos hacer de esos meses una experiencia más enriquecedora que, en mi caso, pasaba por desenmascarar las consecuencias del estado de extrema-derecha.
Podía correr, bien, pero, ¿y si él no hubiese sido tan rápido? ¿qué hubiese sucedido si la nieve hubiese hecho que mi compañero resbalase y sufriese las consecuencias de mi acción?
Decidí, por él, no tomar esa fotografía. Es una decisión que, pasados tres años, todavía reviso y cuestiono. Una duda que me persigue en la intimidad de mis reflexiones.
Ser fotógrafo implica exponerse a cierto riesgo.
Es fácil tomar instantáneas del sol cuando incide en una ladera, era sencillo (aunque emotivo) esperar a que la ciudad quedase desierta y desde el puente de la libertad, ese que llevo tatuado, mostrar el paso del Danubio. ¿ Y el reto? ¿Dónde radica la posición ética en esos disparos? ¿cómo enseñar a ver a partir de eso? No se puede, no existen las condiciones que lo posibilite. No se trata nunca de sensacionalismo, del morbo que podría suscitar la imagen de un niño rumano en los guetos de las afueras, perseguido por "los vigilantes" jobbik, de un drogadicto en un pabellón abandonado, tan abatido como ese mismo edificio. Esas circunstancias también se dieron y esas sí las plasmé. Estaba sola y tenía mi bicicleta cerca.
Me perdí, a cincuenta kilómetros de Budapest, con esa misma bicicleta. Una concentración, banderas que jamás había visto. Pero fue suficiente escuchar "éljen a haza" ( viva la patria) para saber que tenía que marcharme. Uno de mis amigos me explicó que los jobbik no toleran que los extranjeros nos acerquemos, somos los culpables de que su gran imperio haya quedado reducido a lo que es en la actualidad. Ojalá hubiese podido decirles que conocía palabras, que mi respeto a su cultura y su nación pasaba por aprender ese idioma que se dice que solo el diablo sabe.
En otra ocasión vi otra escena que quise plasmar pero la rabia y la incapacidad de emplear las palabras adecuadas no me lo permitieron. En la avenida Andrasssy hay un monumento con las palabras del célebre Sándor Petófi que dice " ¿debemos vivir como esclavos o como hombres libres?" y un turista dejó que su perro orinase en ese lugar.
En definitiva mi texto parte de la denuncia, de aquellas situaciones en las que estoy presente y quiero que no se reiteren y eso pasa por el conocimiento y por la transmisión de lo aprendido de aquellos que estuvimos ahí.
Vi cosas hermosas, vi cosas terribles. No quise ser un turista, no quise ser una erasmus entre cientos, quise ser fotógrafa. Quise devolver la dignidad a aquellos que la habían perdido. Angel Varela Garcia.
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