lunes, 17 de agosto de 2015

Málaga 1937....

Málaga 1937: encarceladas por ser madres, esposas, hijas, cuñadas…

MARÍA SERRANO / 16 Ago 2015
La antigua prisión provincial de Málaga el día de su declaración como Lugar de Memoria.La antigua prisión provincial de Málaga el día de su declaración como Lugar de Memoria.
La cárcel vieja de Málaga sirvió de prisión y hacinamiento para más de4.000 presas republicanas que pasaron hambre, miseria y penuriasdesde la ocupación de la capital por las tropas franquistas en febrero de 1937 hasta 1945.
El conocido caserón de la Goleta, en pleno centro de la ciudad, sería la sede principal de la antigua cárcel de mujeres de Málaga, hoy declarado lugar de la Memoria por la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía. En ella se llegaron a albergar en el frío invierno del 37 a más de 400 mujeres en habitáculos en las que apenas había cabida para un centenar. Encarnación Barranquero, historiadora de la Universidad de Málaga destaca en su estudio ‘Mujeres malagueñas en la represión franquista’, que el perfil mayoritario de las presas rondaba en un 85% entre los 21 y los 40 años de edad. Un 65% eran casadas, mientras que el resto trabajaba como jornaleras y trabajadoras sin especialización. La mayoría de ellas tenían dedicación exclusiva a sus labores, en un 83% y solamente un 1,4 % tenían una profesión cualificada.
LIMPIEZA PSICOLÓGICA
La vida cotidiana de estas presas se encontraba marcada por un fuerte ejercicio de limpieza psicológica por parte de las autoridades franquistas, ya que eran calificadas como seres inferiores y perversos, tal y como destacaba en los informes de aquella cárcel Antonio Vallejo Nágera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares del aparato franquista. De su experimento con reclusas arrojaba que eran “libertarias congénitas, revolucionaras natas que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina”.
La parafernalia del régimen de Franco las obligaba a cumplir con una serie de obligaciones de acuerdo a las creencias de recato y sumisión del nuevo estado. Por ejemplo, tenían que asistir obligatoriamente a misa, tenían que bautizar a sus hijos e intervenir en todos los actos oficiales que fueran de orden prioritario. Las llamadas conversiones al catolicismo y las señales de arrepentimientos entre las presas eran aireadas por la prensa local malagueña con un importante foco de propaganda que intentaba borrar toda la ola de laicismo republicano.
La cárcel tenía como dependencias principales un patio, como lugar de encuentro, además de los corredores y habitaciones del penal. Los familiares se acercaban a diario haciendo largas colas desde las cinco de la madrugada para llevar a las mujeres cestos de comida, una tarea que resultaba agotadora al tener que esperar horas y horas que regresaran de nuevo los centinelas con los cestos de mimbre vacíos.
MALA COMIDA Y PEORES TRATOS
Barranquero rescata en su estudio que las presas hacían una vida comunitaria en el patio donde cosían, elaboraban objetos que vendían sus familias posteriormente, correteaban junto a sus hijos pequeños compartiendo “la pésima comida, la angustia de las ejecuciones, los malos tratos y las vejaciones de las que eran objeto”. Algunas presas como era el caso de María Villanueva, con cierta formación, enseñaban a otras internas analfabetas a leer y escribir mientras mataban el tiempo, sin saber qué les depararían el futuro.
El testimonio de Carmen Gómez Ruz, que trabajó como oficinista en la cárcel, ponía en evidencia la escasez de alimentos que vivieron las mujeres presas malagueñas, destacando que el “desvío de dinero que hacían los jefes de prisión con las partes destinadas a las comida nunca los consumían las presas”. Llegó a tal escasez y baja calidad que muchas de ellas realizaron “protestas colectivas hasta conseguir pelar las patatas y las verduras, asegurando al menos cierta higiene en el plato” y la reducción de enfermedades del estómago, muy frecuentes en la época.
PRESAS SIN MOTIVO
Hay que tener en cuenta que en la mayoría de las fichas de las procesadas no consta ninguna condena, ya que casi todas las detenciones “se debían a que el marido o algún hijo continuaba en zona republicana”. Además Queipo de Llano decretaría la orden en toda la comunidad andaluza de que “por cada hombre huido del combate se detuviera a la madre o hermanas en primer lugar y a cuñadas o madrastas en su lugar”.
La falta de permisividad en cada uno de los casos daba muestras ejemplares de la dureza del nuevo régimen. En la clasificación realizada por Barranquero y Matilde Eiroa en el estudio de la cárcel de mujeres se expone una clasificación de delitos comunes entre los que se encontraban varios tipos: delitos contra la seguridad del Estado, el 54,8%; contra la moral, el 3,87%; relacionados con la propiedad, el 6,7%; contra el orden socioeconómico, el 6,15%, y otros delitos, el 0,39%. En un tercio de las sentencias se podía ver como una de las principales causas “se ignora”, sin alegar motivo alguno.
Uno de los casos más curiosos recogido en la investigación ‘La cárcel de mujeres de Málaga en la paz de Franco’, es el de la joven antequerana Dolores Gómez, quien fue detenida junto a su madre en mayo de 1939. Los señoritos de la finca en la que trabajaban acusaron a la familia de votantes del Frente Popular al no haber acudido a la celebración del bautizo de su hijo. Dolores y su madre pasaron dos años en la cárcel de Málaga, mientras que su padre se encontraba desaparecido.
La correspondencia revisada por Barranquero que se dirigía al gobernador civil de la ciudad, Francisco García Alted, constaba de un importante número de cartas de mujeres desesperadas con testimonios estremecedores, como el de María Margüenda Santana, quien argumentaba que su madre “estaba detenida y que sus cuatro hermanos pequeños se encontraban en el más completo abandono”. El informe emitido por el delegado de Orden Público daba negativa a su libertad, a pesar de tener “buena conducta”. El impedimento se encontraba en que uno de sus familiares se encontraba huido. Rosalía Martín Barba es otro de los casos. A pesar de tener 70 años y un hijo ciego continúo en la cárcel largos años, alegando que se trataba de un “roja reconocida de mala conducta, que se alegraba públicamente de los asesinatos cometidos por los marxistas y censuraba la actuación nacional”. Su libertad por tanto, no procedía.

                                  Angel Varela Garcia.

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