Castillos de Nabarra/ Nabarrako gazteluak.
Navarra sin castillos, Navarra sin orgullo
http://www.nabarralde.com/ es/1512-cronica/ 8173-navarra-sin-castillos- navarra-sin-orgullo
Así lo explicaba el coronel español Villalba cuando escribió al cardenal Cisneros, regente de Castilla a la muerte del rey Fernando el Católico y promotor de la destrucción de los castillos de Navarra.
Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza.
Esa humillación se sintió en todos los rincones de Navarra. Año tras año, coincidiendo con los intentos de recuperar el reino por los naturales, el castigo era la destrucción de un buen número de fortalezas, cercos, torres y todo lo que sirviera para defenderse.
Las cortes, aún bajo control castellano, protestaron enérgicamente al rey Católico y paralelamente los embajadores de los reyes navarros en el exilio pedían a las embajadas europeas que intercedieran para acabar con esa barbarie. Fue inútil, cuadrillas de canteros y soldados castellanos recorrían Navarra sin dejar piedra sobre piedra.
En 1512, tras producirse la conquista, se derribaron por orden del cardenal Cisneros los siguientes castillos: Sancho Abarca, Mélida, Leguín, Cáseda, Castillonuevo, Cabrera, Javier, San Martín, Oro, Murillo, Belmerchés (Estella), Aixita, Arguedas, Peña, Uxue, Eslava, Petilla, Azamez y Santacara.
La reina Catalina envió a su mejor embajador, Biaix, a Flandes para, entre otros puntos, detener las demoliciones. La embajada se presentó en audiencia con el mismo Carlos V y Biaix, tras relatar con tristeza la muerte del rey Juan de Albret, expuso las peticiones de la reina. Las buenas palabras quedaron sólo en eso, aunque el rey reconoció el exceso.
En 1516, por orden nuevamente del cardenal Cisneros y animado éste por la insistencia del coronel Villalba, se procedió a derribar los recintos amurallados, torres e iglesias almenadas dejando indefensas a todas las villas. En sus órdenes quedó reflejado el motivo de su destrucción: de esta manera el reyno puede estar más sojuzgado y más sujeto, y ninguno en aquel reyno tendrá atrevimiento ni osadía para se revelar.
En 1519 debió resonar con fuerza en el valle de Roncal el estallido de pólvora que arruinaba la fortaleza de Burgui y al mismo tiempo se destruía la de Sangüesa.
En 1521, tras el tercer intento de recuperación, se destruyeron los castillos de Tudela, que según las crónicas era de los más bellos del reino, Tafalla, Monreal, Miranda, Milagro, Orzorroz, Rocaforte, Monasterios de Santa Eulalia y San Francisco de Pamplona, rebajándose las torres de San Nicolás, San Lorenzo de Pamplona, San Pedro y San Miguel de Estella.
En 1522, tras tomar Amaiur, destruyeron su castillo con cargas de pólvora y en 1572 se demolió la fortaleza de Estella.
Navarra fue humillada, rebajada a lo mínimo, y cuesta explicar qué debió suponer para los navarros ver los muros que construyeron sus antepasados por los suelos. Una consecuencia más de la definida con anterioridad pacífica anexión y ahora conquista necesaria para abrirnos al mundo.
El 21 de febrero de 2011 se pidió en el Parlamento la reparación de aquella destrucción y poder recuperar lo poco que queda del patrimonio de los castillos navarros. A día de hoy, las grietas y abandono dan paso a la desaparición de la historia de un reino reflejado en sus defensas y, a día de hoy, es triste decirlo, somos menos navarros que hace quinientos años.
— con Naparrak Bizkaia.Navarra sin castillos, Navarra sin orgullo
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Así lo explicaba el coronel español Villalba cuando escribió al cardenal Cisneros, regente de Castilla a la muerte del rey Fernando el Católico y promotor de la destrucción de los castillos de Navarra.
Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza.
Esa humillación se sintió en todos los rincones de Navarra. Año tras año, coincidiendo con los intentos de recuperar el reino por los naturales, el castigo era la destrucción de un buen número de fortalezas, cercos, torres y todo lo que sirviera para defenderse.
Las cortes, aún bajo control castellano, protestaron enérgicamente al rey Católico y paralelamente los embajadores de los reyes navarros en el exilio pedían a las embajadas europeas que intercedieran para acabar con esa barbarie. Fue inútil, cuadrillas de canteros y soldados castellanos recorrían Navarra sin dejar piedra sobre piedra.
En 1512, tras producirse la conquista, se derribaron por orden del cardenal Cisneros los siguientes castillos: Sancho Abarca, Mélida, Leguín, Cáseda, Castillonuevo, Cabrera, Javier, San Martín, Oro, Murillo, Belmerchés (Estella), Aixita, Arguedas, Peña, Uxue, Eslava, Petilla, Azamez y Santacara.
La reina Catalina envió a su mejor embajador, Biaix, a Flandes para, entre otros puntos, detener las demoliciones. La embajada se presentó en audiencia con el mismo Carlos V y Biaix, tras relatar con tristeza la muerte del rey Juan de Albret, expuso las peticiones de la reina. Las buenas palabras quedaron sólo en eso, aunque el rey reconoció el exceso.
En 1516, por orden nuevamente del cardenal Cisneros y animado éste por la insistencia del coronel Villalba, se procedió a derribar los recintos amurallados, torres e iglesias almenadas dejando indefensas a todas las villas. En sus órdenes quedó reflejado el motivo de su destrucción: de esta manera el reyno puede estar más sojuzgado y más sujeto, y ninguno en aquel reyno tendrá atrevimiento ni osadía para se revelar.
En 1519 debió resonar con fuerza en el valle de Roncal el estallido de pólvora que arruinaba la fortaleza de Burgui y al mismo tiempo se destruía la de Sangüesa.
En 1521, tras el tercer intento de recuperación, se destruyeron los castillos de Tudela, que según las crónicas era de los más bellos del reino, Tafalla, Monreal, Miranda, Milagro, Orzorroz, Rocaforte, Monasterios de Santa Eulalia y San Francisco de Pamplona, rebajándose las torres de San Nicolás, San Lorenzo de Pamplona, San Pedro y San Miguel de Estella.
En 1522, tras tomar Amaiur, destruyeron su castillo con cargas de pólvora y en 1572 se demolió la fortaleza de Estella.
Navarra fue humillada, rebajada a lo mínimo, y cuesta explicar qué debió suponer para los navarros ver los muros que construyeron sus antepasados por los suelos. Una consecuencia más de la definida con anterioridad pacífica anexión y ahora conquista necesaria para abrirnos al mundo.
El 21 de febrero de 2011 se pidió en el Parlamento la reparación de aquella destrucción y poder recuperar lo poco que queda del patrimonio de los castillos navarros. A día de hoy, las grietas y abandono dan paso a la desaparición de la historia de un reino reflejado en sus defensas y, a día de hoy, es triste decirlo, somos menos navarros que hace quinientos años.
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